Antes de comenzar con la crítica de la película, una lección rápida y resumida de historia sobre Columbia, el estudio que produce esta película: Fundada en 1919 por los hermanos Cohn con el nombre de CBC, inicialmente sólo producían películas de serie B. En 1924 la rebautizaron como Columbia. Con la llegada de Frank Capra al estudio se apostó por películas de mucha mayor calidad, teniendo su punto álgido con “Sucedió una noche”. Más tarde se incorporó al estudio Rita Hayworth que aún incrementó más su éxito. Años después fue comprada por Coca-Cola, hasta que en 1987 fue vendida a Sony, que la ha dejado de lado hasta hacerla casi desaparecer. Últimamente han reeditado clásicos en nuestro país muy mal acabados, pues en todos ellos se dispone de una versión doblada y una original... pero con los subtítulos en Portugués. ¿Es que a Sony no le llega para introducir unos subtítulos en Castellano? Con este estúpido “descuido”, lo único que han conseguido es desmerecer la compra de DVD´s clásicos como “Llamad a cualquier puerta” de Nicholas Ray, “Fat City” de John Huston, y ahora la que nos ocupa, el primer largo de Stephen Frears “Detective sin licencia”.
Una vez hecha la protesta, tengo que reconocer que se trata de una película clásica de detectives con todas las cualidades y defectos del subgénero. Eddie Ginley (Albert Finney) es el protagonista. Un presentador inglés de cabaret con ínfulas de cómico. Pero el personaje está presentado como un pseudo-adolescente atrapado por las novelas policíacas. El metraje cuenta con homenajes varios al subgénero, y concretamente a Dashiell Hammett y a su famoso personaje Sam Spade. Así, después de la presentación con un anuncio en el periódico, Ginley-Finney se sumerge completamente en su obsesión por el estereotipo creado por Bogard y Huston en “El halcón maltes”. No le falta detalle... bueno si, la dureza y el carisma de Humphey. Y es que Finney a pesar de un buen trabajo interpretativo, no está a la altura del duro clásico. Pero volvamos a la trama.
Por supuesto Eddie-Finney necesita un caso a la altura de su inexperiencia. No en vano como bien reza el título, nuestro protagonista cree poder afrontar cualquier situación simplemente con su presencia, ingenio y gabardina. Una fantástica secuencia en la que tiene un extraño encuentro en el que recoge su pasaporte a la fama. Me refiero -claro está- a una pistola, un buen fajo de billetes, y una fotografía de la guapa jovencita que debe encontrar abren la trama principal. Como subtrama paralela conoceremos a su hermano y a la mujer de este. Con la que Finney-Ginley mantenía una relación sentimental antes que su hermano (como buen y necesario perdedor). Lo bueno en este punto es que lo que inicialmente parecía una subtrama para complementar la personalidad de nuestro protagonista va a tener una repercusión directa en la principal. Pero antes, una buena dosis de nuevos personajes para enredar un poco más la trama. Y es que una de las cualidades de “Detective sin licencia” es que en ningún momento se siente el espectador perdido como en otras películas del subgénero. El punto de vista dominado por Finney no busca sorprender. La información se va dosificando para que el espectador la vaya conociendo al tiempo que lo hace el protagonista... y eso se agradece. Cuando todo cobra sentido en la mente del acostumbrado, a estas alturas sobreinformado espectador, el desenlace no puede ser distinto del que es. Actualmente no se concretaría un guión de una manera tan perfecta. No se dejaría que el protagonista se saliera tan fácilmente con la suya. No se utilizaría una estructura tan cerrada, y probablemente el final fuese más ambiguo y abierto. Pero en un primer largo y a principio de los setenta, las conclusiones tenían que ser claras y todo tenía que quedar perfectamente cerrado. Lo cual no desmerece la dirección de Frears, sino que de manera natural le abrió las puertas de su continuidad en el negocio.
Hay dos elementos importantes, por no decir fundamentales del cine y la literatura detectivesca que no se pueden omitir. Nuestro protagonista es rápido de mente, pero más rápido aún de palabra. Es un sobrado irónico con la frase justa en el momento oportuno. Nada ni nadie puede con su sarcasmo aun en la situación más escabrosa. Menos aún las mujeres (segundo elemento), que siempre le rodean y se quieren acostar con él. Son códigos aceptados universalmente, algo machistas en la actualidad, pero que no por ello dejan de tener su gracia. Y es que nuestra generación (la de algunos) aun tiene en el subconsciente la imagen de Stacy Keach en los 80 interpretando a su fantástico Mike Hammer (Hammer es un personaje creado mucho antes para la literatura por Mickey Spillane en 1947). Aquel detective aun más duro y con una carga importante de misoginia. Hay que aceptar y entender que el momento socio económico en el que fueron paridos en América estos antiheroes era completamente diferente al actual, pero han traspasado tiempo y fronteras, y hay ejemplos en otras latitudes. No en vano, este Ginley es un detective de Liverpool, y Frears introduce elementos sociales del momento en Inglaterra, como el problema de las drogas. También la literatura está cargada de estos personajes e incluso autores actuales y tan dispares como Auster (firmando como Paul Benjamín) o Bukowski han tocado el subgénero. En cualquier caso, un buen arranque para la carrera de Stephen Frears y una buena película para el espectador nostálgico.
Víctor Gualda.
Una vez hecha la protesta, tengo que reconocer que se trata de una película clásica de detectives con todas las cualidades y defectos del subgénero. Eddie Ginley (Albert Finney) es el protagonista. Un presentador inglés de cabaret con ínfulas de cómico. Pero el personaje está presentado como un pseudo-adolescente atrapado por las novelas policíacas. El metraje cuenta con homenajes varios al subgénero, y concretamente a Dashiell Hammett y a su famoso personaje Sam Spade. Así, después de la presentación con un anuncio en el periódico, Ginley-Finney se sumerge completamente en su obsesión por el estereotipo creado por Bogard y Huston en “El halcón maltes”. No le falta detalle... bueno si, la dureza y el carisma de Humphey. Y es que Finney a pesar de un buen trabajo interpretativo, no está a la altura del duro clásico. Pero volvamos a la trama.
Por supuesto Eddie-Finney necesita un caso a la altura de su inexperiencia. No en vano como bien reza el título, nuestro protagonista cree poder afrontar cualquier situación simplemente con su presencia, ingenio y gabardina. Una fantástica secuencia en la que tiene un extraño encuentro en el que recoge su pasaporte a la fama. Me refiero -claro está- a una pistola, un buen fajo de billetes, y una fotografía de la guapa jovencita que debe encontrar abren la trama principal. Como subtrama paralela conoceremos a su hermano y a la mujer de este. Con la que Finney-Ginley mantenía una relación sentimental antes que su hermano (como buen y necesario perdedor). Lo bueno en este punto es que lo que inicialmente parecía una subtrama para complementar la personalidad de nuestro protagonista va a tener una repercusión directa en la principal. Pero antes, una buena dosis de nuevos personajes para enredar un poco más la trama. Y es que una de las cualidades de “Detective sin licencia” es que en ningún momento se siente el espectador perdido como en otras películas del subgénero. El punto de vista dominado por Finney no busca sorprender. La información se va dosificando para que el espectador la vaya conociendo al tiempo que lo hace el protagonista... y eso se agradece. Cuando todo cobra sentido en la mente del acostumbrado, a estas alturas sobreinformado espectador, el desenlace no puede ser distinto del que es. Actualmente no se concretaría un guión de una manera tan perfecta. No se dejaría que el protagonista se saliera tan fácilmente con la suya. No se utilizaría una estructura tan cerrada, y probablemente el final fuese más ambiguo y abierto. Pero en un primer largo y a principio de los setenta, las conclusiones tenían que ser claras y todo tenía que quedar perfectamente cerrado. Lo cual no desmerece la dirección de Frears, sino que de manera natural le abrió las puertas de su continuidad en el negocio.
Hay dos elementos importantes, por no decir fundamentales del cine y la literatura detectivesca que no se pueden omitir. Nuestro protagonista es rápido de mente, pero más rápido aún de palabra. Es un sobrado irónico con la frase justa en el momento oportuno. Nada ni nadie puede con su sarcasmo aun en la situación más escabrosa. Menos aún las mujeres (segundo elemento), que siempre le rodean y se quieren acostar con él. Son códigos aceptados universalmente, algo machistas en la actualidad, pero que no por ello dejan de tener su gracia. Y es que nuestra generación (la de algunos) aun tiene en el subconsciente la imagen de Stacy Keach en los 80 interpretando a su fantástico Mike Hammer (Hammer es un personaje creado mucho antes para la literatura por Mickey Spillane en 1947). Aquel detective aun más duro y con una carga importante de misoginia. Hay que aceptar y entender que el momento socio económico en el que fueron paridos en América estos antiheroes era completamente diferente al actual, pero han traspasado tiempo y fronteras, y hay ejemplos en otras latitudes. No en vano, este Ginley es un detective de Liverpool, y Frears introduce elementos sociales del momento en Inglaterra, como el problema de las drogas. También la literatura está cargada de estos personajes e incluso autores actuales y tan dispares como Auster (firmando como Paul Benjamín) o Bukowski han tocado el subgénero. En cualquier caso, un buen arranque para la carrera de Stephen Frears y una buena película para el espectador nostálgico.
Víctor Gualda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario