martes, 9 de septiembre de 2008

LA EDAD DE LA IGNORANCIA

Tal vez sea precisamente por ignorancia, pero tengo que reconocer que la nueva y esperada película de Denys Arcand, me ha pasado sin pena ni gloria, y con un balance más negativo que positivo. Entiendo que la falta de identificación con el protagonista es el motivo principal. Los conflictos de identidad de un hombre de mediana edad que es incapaz de enfrentarse a su propia vida tal vez me queden un tanto lejanos como para saber apreciarlos en su justa medida. Y a pesar de que soy capaz de entender la situación del personaje, me siento absolutamente incapaz de percibir ni una sola de las angustias que por medio de Jean Marc (Marc Labrèche) trata de transmitir el director.

Pero no quiero dejarme influir por la falta de identificación, y me gustaría poner sobre la mesa las cualidades (que las tiene) del cine del señor Arcand. Para empezar, el director trata varios problemas que no entienden de nacionalidades (en realidad un elemento más de identificación). A través del empleo en un departamento social (muy buena la idea de introducir la oficina en un pabellón deportivo) el director hace una crítica a la burocracia dejando ver claramente al espectador que las instituciones son sólo eso, instituciones con una labor social de cara a la galería, pero que no tiene capacidad de personalizar y empatizar con el individuo, y que incluso son restrictivas y alienan al propio trabajador. Para ello vemos una sucesión de casos particulares a los que nuestro protagonista no puede aportar más que su presencia, y en algunos casos su propia experiencia. La institución no tiene capacidad para resolverlos, y aun menos los trabajadores, que no dejan de ser meros elementos administrativos sin capacidad real de decisión.

Pero no sólo el elemento burocrático está reflejado a la perfección. También lo está el familiar. Nuestro protagonista está en plena crisis de los cincuenta, y la relación con su mujer se ha deteriorado tanto, que tienen un problema real de incomunicación. Ella es una exitosa y ambiciosa agente inmobiliaria más preocupada por el trabajo que por la familia. Si a ello añadimos la también falta de comunicación con su hija adolescente, entendemos a la perfección la frustración de nuestro protagonista. Pero por si todo esto fuera poco, Arcand ha introducido un elemento externo que complementa aún más, y de alguna manera agiliza la película. Las fantasías eróticas, necesidades reales del protagonista, son solventadas por medio de diferentes estereotipos de mujeres (periodista admirada algo ninfómana, famosa actriz que siempre acude a su llamada, e incluso su jefa que dibuja en su imaginación como una masoquista necesitada de él) Lo cierto es que las situaciones se repiten para satisfacer mediante la imaginación las carencias reales, y se complementan con efectos especiales que refuerzan visualmente la idea, llegando incluso por un segundo a romper la cuarta pared que separa la realidad de la ficción (arriesgado recurso).

Aparte de estos detalles que forman el andamiaje de la película y que parecen muy certeros, igual que lo son algunas de las secuencias completamente irónicas y cínicas que pueblan el metraje (sirva de ejemplo aquella en la que en la oficina obligan a todos los empleados a dar un curso para utilizar el sentido del humor dentro del trabajo), pues como decía, a parte de estos recursos que ya conocíamos de sus anteriores trabajos, esta película se queda sólo en eso, en el andamiaje. El espectador espera que cese el cúmulo de secuencias explicativas, y espera que en algún momento el protagonista reaccione arrancando la presunta trama (tal vez la intención sea sencillamente plantear el conflicto). Cuando la mujer abandona el “hogar conyugal” parece que ha llegado el momento. El recurso cinematográfico; llevar el mundo imaginario que frustra a diferentes tipos de personas igualmente frustradas y crear un mundo imaginario real. En este momento los recursos de la imaginación del protagonista desaparecen, llega incluso a tomar las riendas y a “luchar por el amor de una doncella”, pero Jean Marc entiende que necesita mucho más que una falsa realidad para salir del agujero. Necesita que ese cambio sea real en todos los sentidos. Lastima que toda esta parte mezcla del mundo real y el artificial creado, no responda a las expectativas, y que ese esperado cambio llegue con el pesimismo habitual del que hace gala el director)
La muerte de la madre es el giro que necesita para salir del hoyo, y hacer frente a la inesperada vuelta de su mujer. Pero antes, una secuencia climática en la que simbólicamente el personaje hace frente a todo lo que le impide desarrollarse como persona. Es curioso como yo personalmente (y perdón por la licencia) que me considero espectador medio, necesito una secuencia efectista que me ponga de parte del protagonista de una vez por todas. Se produce un curioso efecto de liberación paralela a Jean Marc (Labréche) del espectador, que de alguna manera le reconforta. Lastima que hayamos tenido que esperar hora y cuarto para que llegue este momento, que el cambio se precipite, y que el director se empeñe en que conozcamos los efectos del cambio en toda su extensión, con la despedida a sus propios personajes imaginarios incluida... (me horroriza el personaje de Rufus Wainwright introducido gratuitamente porque le debe gustar su música a Arcand) porque de nuevo la película decae en un epílogo para mi gusto innecesario con un final abierto que lanza nuevas incógnitas sobre el futuro de Jean Marc, pero que parece querer decir que lejos de las relaciones humanas ha encontrado la calma.

En definitiva una película con buenas momentos, pero para mi gusto algo fallida en el conjunto, que recoge a la perfección las frustraciones de el individuo de clase media canadiense, muy emparentado con su homólogo francés, (incluso noto cierta necesidad de querer identificarse aún más), con los defectos añadidos de su país vecino americano, a través de los problemas de un individuo de mediana edad.

Víctor Gualda.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Leyendo tu crítica he recordado con más nitidez la película. La vi en el cine cuando se estrenó y relamente me lo pasé muy bien. Creo que conecto con el sentido del humor y con la visión crítica de una sociedad americanazada a su pesar. Sus personajes son siempre intelectuales en plena crisis que, conscientes de la vida patética que llevan, se dejan llevar, hasta que hora y cuarto después, reaccionan...a su manera. Quizás no como un español hubiera hecho (si es que el español típico existe y reacciona).
Pero parto claro de que emocionalmente, el cine canadiense, y especialmente el francófono, me tienen de antemano de su lado.
Bovary

Anónimo dijo...

la burocratización no es un defecto social responsabilidad de la sociedad americana unica y exclusivamente como tu propones, sino de cualquier país democratizado... incluso semidemocratizado. Por otro lado, sus personajes son contradictorios tal vez (y hablo sin saber) porque resultan alter egos del director, y a mi particularmente en este caso no me parece que Jean Marc sea un inteluctual, sino una extraña combinación de la "posible" personalidad del director, y de un funcionario público, que parecen tan desmotivados como los patrios... lo que si le reconozco y agradezco a Arcand es lo sarcástico e irónico que resulta su cine ya que a pesar de su "ombliguismo" es capaz de reconocer y criticar a sus propios defectos (los de la sociedad que le toca) cosa que pocas veces hace el cine Francés. Y lo digo sin acritud, pues me encanta el cine frances.

Anónimo dijo...

Hace ya años un compañero de piso me preguntó qué quería de la vida.Yo, que estaba fregando el suelo de la cocina,me detuve 5segundos y contesté que quería ser mediocre.
Jean Marc es un mediocre,pero da la impresión viendo la película que más que por una cuestión estructural(en lo que centra su crítica Arcand), su crisis se produce no por ello,sino por una cuestión de carácter o personalidad.
Así,creo un tanto autocomplaciente el énfasis del señor Arcand.
Zero