martes, 28 de octubre de 2008

BLADE RUNNER

A falta de novedades interesantes, buenos son clásicos. Y es que esta película del año 1982 lo es en toda regla. Siempre me ha resultado intrigante por varios motivos. Como en los buenos guiones, hay una trama que camina por la superficie que resulta ser sólo la punta del iceberg. El tamaño de lo que está debajo es lo que determina el calado. Y bajo mi punto de vista, en Blade Runner lo que esconde bajo la superficie es capaz de hundir veinte Titanics. Hasta el punto de trascender sobre el propio Ridley Scott y convertirlo en un personaje más como en un juego de cajas chinas imposible.

Sobre la superficie, es sencillamente un thriller policíaco en el que el personaje de Harrison Ford es un detective (Deckard) que tiene como misión encontrar a cuatro criminales esclavos que se han amotinado en una cárcel (otro planeta). Como se trata de una película futurista, estos desaparecidos resultan ser robots casi perfectos. Este giro con la introducción de robots, ya le confieren a la película un nuevo argumento. El prometeico, que requiere un análisis más detenido. Y es que estos cuatro humanoides (replicantes) saben que tienen las horas contadas, y buscan a su creador para pedirle que les alarguen la vida. De forma que ese viejo sueño de la inmortalidad, se traspasa a unos seres artificiales, que en realidad son más humanos que los propios humanos. A nivel argumental, no están dotados de sentimientos, lo que lleva a pensar que cuando asesinan con sus propias manos para conseguir su objetivo, en realidad son unos psicópatas incapaces de empatizar (un nuevo argumento). Pero ni siquiera este punto es real. Pues con los modelos más evolucionados, Sean Young y Rutger Hauer (Nexus 6) entendemos que el sufrimiento y el miedo están presentes al haber sido hechos a imagen y semejanza de su creador. Que resulta ser una extrapolación de Dios. De modo que “el creador” Tyrell lo es en toda la extensión de la palabra. Además, a partir de este punto, se introduce un elemento mesiánico. Y es que el hijo del creador que en principio no está dispuesto a morir, acaba aceptando su destino, y de alguna manera con su gesto, y con imágenes simbólicas, como la de clavarse el calvo en la mano, o el de liberar la paloma antes de morir (Espíritu Santo), se convierte en un Jesucristo capaz de perdonar (no al creador al que inflinge el castigo de la mortalidad, pero si al hombre, representado por Harrison Ford). De esta forma, el punto de vista principal dominado por Ford, es sencillamente una excusa para contar una historia mucho más profunda, y al detective, el único don que se le da, es el de enamorarse de uno de estos replicantes perfectos, con el consiguiente desengaño del amor imposible, colocándole en una situación ambigua, y sirviendo de simple cronista y excusa para contar la historia de Prometeo, que aparte de robar el fuego de los dioses, es el primer escultor de hombres. Cuando estos vayan a reclamar el poder de la inmortalidad, su “padre” Tyrell les dirá algo así como... tenéis el don del libre albedrío, por qué no disfrutáis de él mientras podáis... Pero una inteligencia superior busca trascender. Y este es el punto en el que meto en la trama al director. Me planteo si Scott no es otro Dios, que ha creado una película que busca trascender (consciente o inconscientemente). Es su manera de pasar a la historia, de alcanzar la inmortalidad. A fin de cuentas, es a la que más vueltas le ha dado. Haciendo montajes y remontajes a lo largo de los años (en alguno ni siquiera ha intervenido), y buscando la perfección hasta el extremo. Eliminando por ejemplo la voz en off de Harrison Ford, para (bajo mi punto de vista) eliminar los vestigios de las películas de subgénero de detectives y conferirle el don de obra maestra superior. Y es que cualquier protagonista vale tanto como bien desarrollado esté su antagonista. Y en el caso de este, Roy (Rutger), se eleva por encima del detective y se convierte en el verdadero heroe.

-“...todos estos momentos se perderán en el tiempo como lagrimas en la lluvia”- es un epitafio perfecto mientras la lluvia, que no deja de caer en todo el metraje, se mezcla con las lágrimas de la certeza. Ha llegado el fin para el ser más poderoso creado por el hombre. Ha llegado la muerte para el hombre.

Atrás quedan temas, secuencias y momentos memorables que comentar, como la banda sonora de Vangelis, la fantástica escenografía del decadente futuro diseñada por el artista conceptual Syd Mead y combinada por la dirección artística de David Snyder, inspirada en el trabajo de Moebius (que rechazó trabajar en la película) o subtramas como la de “la inmortal” partida de ajedrez, las influencias de “Metrópolis”, o los cotilleos de rodaje de peleas entre Director y protagonistas. Pero el espacio es reducido y “Blade Runner” es una obra maestra que necesita muchas líneas para comentar. Como epílogo homenaje, los dos finales; el original, y el de la reedición. Creo que Harrison estaba de acuerdo con que se eliminara. No le culpo... yo mismo eliminaría este último párrafo, meramente informativo “happy end”.

Víctor Gualda.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

A mí me parece una joya creo que es la única vez que en cine se mezclan ciencia ficción, filosofía y poesía pura (maravillosa e inquientatante fórmula que si ha dado la literatura. Bradbury o el propio K Dick, autor de la novela en la que está basada la peli, sin ir más lejos). Lo mejor la puesta en escena onírica y al mismo tiempo tan reconocible y el monólogo de Rutger Hauer (no sé si es cierto, pero me contaron que fue improvisado por el actor en estado de gracia)

Anónimo dijo...

Esta semana pasada han salido "Mil años de oración" y "La princesa de Nebraska" que son grandes peliculas de un maestro de la narración como es Wayne Wang (por cierto las teneis en alquiler)