Después de leer el libro entrevista de Michael Ondaatje, escritor de “El paciente ingles” a Walter Murch, montador y encargado del diseño de sonido de la versión cinematográfica de esta y de películas tan emblemáticas como “El Padrino” “La conversación” “Apocalipis Now” y su remontaje “Redux” o el remontaje de “Sed de mal” (siguiendo las pautas marcadas por el memorandum ya mencionado en este blog de Weells), no pude evitar volver a revisar la que más olvidada tenía. “La conversación”; tras la entrevista y años después del primer visionado, tengo que reconocer que sigue siendo una película especial y lejos del cine convencional. Una película extraña que difícilmente se podría volver a hacer bajo el amparo de los estudios de Hollywood.
Ya desde la primera secuencia Coppola y Murch nos descubren una perfecta presentación en la que vamos a conocer al personaje principal y su ocupación, la trama principal, el tono, el ritmo. Todo ello a partir de un zoom lejano que avanza lentamente hasta seguir a nuestro protagonista Harry Caul. El plano además parece introducir de forma casi voyeur a nuestro voyeur particular, que está siguiendo a una pareja. Luego vamos a conocer más íntimamente a Caul-Hackman. Resulta casi una secuencia de comedia verle abrir todas las cerraduras de la puerta de su casa, la alarma y encontrarse una botella con una tarjeta que resulta ser de una vecina (luego contaré una anécdota de esta secuencia) Pero esta escena nos va a permitir ver otro par de detalles que completan la radiografía de nuestro protagonista. Sabemos que como paradoja y probablemente a raíz de su trabajo, es un obseso (tal vez paranoico) de su intimidad, además Caul-Hackman tiene la peculiaridad de no tener vida personal. Su casa parece la habitación de un hotel. Aséptica, falta de personalidad, sin un detalle de carácter o vida propia, lo que le define y completa la radiografía del personaje.
Pero Coppola no se conforma, y a partir de este punto vamos a conocer más detalles de su personalidad (o los mismos ampliados), vamos a ver que lo que parece ser una escena cualquiera de escucha a una pareja, se va a complicar cuando el “técnico de escucha” lleve sus cintas al cliente. Algo extraño sucede y un Gene Hackman celoso de su trabajo se niega a entregar el trabajo si no es personalmente a “el director” (Robert Duvall) A partir de aquí el espía se convierte en espiado. Hay algo en la atmósfera de la película que envuelve de tensión todas las secuencias que veamos de aquí al final (increíble la busqueda de micros en su propia casa). La obsesión del protagonista por descubrir el sentido de las palabras de la pareja espiada, es un flash-back constante y repetitivo a todos los puntos de vista posibles de la escena que contemplamos al principio.
Pero la trama necesita alimentarse de algo que la mueva, para no permanecer demasiado estática y resultar una película de cine arte. La convención de espías es la excusa perfecta. En este punto, lejos de centrarse en la trama de espionaje habitual en otros directores, Coppola “da prioridad” (en realidad hay un finísimo equilibrio) a que entendamos el trabajo artesanal de nuestro protagonista. Conozcamos a sus competidores en la materia. Todo para acabar en el estudio-looft donde el inefable Caul-Hackman trabaja. Tal vez este sea el punto más oscuro de todo el metraje. La obsesión particular del director ralentiza, por no decir que para, la película en seco. Secuencias demasiado explicativas que no aportan nada a la trama del thriller, pero que en realidad nos dan la clave para que entendamos que no es tan importante como la vida del personaje. Luego la escena de seducción y sexo, que concluye con otra secuencia que para mi es innecesaria, pero que luego descubrí que es el resultado de aprovechar el material rodado inicialmente para otra escena que se desecho, la del sueño (que en el guión original no lo era) y el subsiguiente robo de las cintas.
Poco más que añadir más que un sorpresivo final, clave de toda la película y merito real del metraje donde el matiz de una frase hace que toda la trama que cuidadosamente permanece en el subcosciente del espectador sufra un giro de ciento ochenta grados. Pero aparte del maravilloso y trucado matiz final, comentar detalles de la cinta que amplían la magnitud del personaje alejándole de cualquier estereotipo, como por ejemplo el sentido de culpa del protagonista, y su fe, que nos lleva a verle confesarse en un reclinatorio que funciona como el diván de un psicólogo. La mencionada paradoja constante de un tipo que se define por sus actos y no por sus palabras, ya que según avanza la cinta cada vez habla menos, y desde el principio hemos visto que es extremadamente celoso con su intimidad hasta con su novia-amante ocasional, que como aniversario le propone el juego de hablar de él. Otro ejemplo; la constante de la ropa y ese chubasquero gris transparente tan peculiar y del que el protagonista apenas se desprende a lo largo de todo el metraje, que tiene su significado (Murch se extiende en el libro sobre este y otros temas)...
Para terminar, la prometida subtrama del inicio de crítica en la que descubrimos que en el guión original, los vecinos le preparaban una fiesta de cumpleaños y le elegían como representante para protestar al propietario por las cañerías (o algo así). Propietario que luego resulta ser él mismo. La subtrama se eliminó por razones obvias, pero hay que reconocer que un Coppola en estado de gracia cierra de manera sorpresiva una de sus más atípicas y personales películas entre el rodaje de los dos colosos que son los Padrinos. No he hablado del sonido o el tratamiento de este, que en el caso de esta cinta tiene casi tanta importancia como la imagen, pero para eso creo que lo mejor es echarle un vistazo al libro que comentaba. Recomiendo encarecidamente la revisión de “La conversación” y la lectura de la otra conversación, porque realmente es cine en estado puro.
Víctor Gualda.
Ya desde la primera secuencia Coppola y Murch nos descubren una perfecta presentación en la que vamos a conocer al personaje principal y su ocupación, la trama principal, el tono, el ritmo. Todo ello a partir de un zoom lejano que avanza lentamente hasta seguir a nuestro protagonista Harry Caul. El plano además parece introducir de forma casi voyeur a nuestro voyeur particular, que está siguiendo a una pareja. Luego vamos a conocer más íntimamente a Caul-Hackman. Resulta casi una secuencia de comedia verle abrir todas las cerraduras de la puerta de su casa, la alarma y encontrarse una botella con una tarjeta que resulta ser de una vecina (luego contaré una anécdota de esta secuencia) Pero esta escena nos va a permitir ver otro par de detalles que completan la radiografía de nuestro protagonista. Sabemos que como paradoja y probablemente a raíz de su trabajo, es un obseso (tal vez paranoico) de su intimidad, además Caul-Hackman tiene la peculiaridad de no tener vida personal. Su casa parece la habitación de un hotel. Aséptica, falta de personalidad, sin un detalle de carácter o vida propia, lo que le define y completa la radiografía del personaje.
Pero Coppola no se conforma, y a partir de este punto vamos a conocer más detalles de su personalidad (o los mismos ampliados), vamos a ver que lo que parece ser una escena cualquiera de escucha a una pareja, se va a complicar cuando el “técnico de escucha” lleve sus cintas al cliente. Algo extraño sucede y un Gene Hackman celoso de su trabajo se niega a entregar el trabajo si no es personalmente a “el director” (Robert Duvall) A partir de aquí el espía se convierte en espiado. Hay algo en la atmósfera de la película que envuelve de tensión todas las secuencias que veamos de aquí al final (increíble la busqueda de micros en su propia casa). La obsesión del protagonista por descubrir el sentido de las palabras de la pareja espiada, es un flash-back constante y repetitivo a todos los puntos de vista posibles de la escena que contemplamos al principio.
Pero la trama necesita alimentarse de algo que la mueva, para no permanecer demasiado estática y resultar una película de cine arte. La convención de espías es la excusa perfecta. En este punto, lejos de centrarse en la trama de espionaje habitual en otros directores, Coppola “da prioridad” (en realidad hay un finísimo equilibrio) a que entendamos el trabajo artesanal de nuestro protagonista. Conozcamos a sus competidores en la materia. Todo para acabar en el estudio-looft donde el inefable Caul-Hackman trabaja. Tal vez este sea el punto más oscuro de todo el metraje. La obsesión particular del director ralentiza, por no decir que para, la película en seco. Secuencias demasiado explicativas que no aportan nada a la trama del thriller, pero que en realidad nos dan la clave para que entendamos que no es tan importante como la vida del personaje. Luego la escena de seducción y sexo, que concluye con otra secuencia que para mi es innecesaria, pero que luego descubrí que es el resultado de aprovechar el material rodado inicialmente para otra escena que se desecho, la del sueño (que en el guión original no lo era) y el subsiguiente robo de las cintas.
Poco más que añadir más que un sorpresivo final, clave de toda la película y merito real del metraje donde el matiz de una frase hace que toda la trama que cuidadosamente permanece en el subcosciente del espectador sufra un giro de ciento ochenta grados. Pero aparte del maravilloso y trucado matiz final, comentar detalles de la cinta que amplían la magnitud del personaje alejándole de cualquier estereotipo, como por ejemplo el sentido de culpa del protagonista, y su fe, que nos lleva a verle confesarse en un reclinatorio que funciona como el diván de un psicólogo. La mencionada paradoja constante de un tipo que se define por sus actos y no por sus palabras, ya que según avanza la cinta cada vez habla menos, y desde el principio hemos visto que es extremadamente celoso con su intimidad hasta con su novia-amante ocasional, que como aniversario le propone el juego de hablar de él. Otro ejemplo; la constante de la ropa y ese chubasquero gris transparente tan peculiar y del que el protagonista apenas se desprende a lo largo de todo el metraje, que tiene su significado (Murch se extiende en el libro sobre este y otros temas)...
Para terminar, la prometida subtrama del inicio de crítica en la que descubrimos que en el guión original, los vecinos le preparaban una fiesta de cumpleaños y le elegían como representante para protestar al propietario por las cañerías (o algo así). Propietario que luego resulta ser él mismo. La subtrama se eliminó por razones obvias, pero hay que reconocer que un Coppola en estado de gracia cierra de manera sorpresiva una de sus más atípicas y personales películas entre el rodaje de los dos colosos que son los Padrinos. No he hablado del sonido o el tratamiento de este, que en el caso de esta cinta tiene casi tanta importancia como la imagen, pero para eso creo que lo mejor es echarle un vistazo al libro que comentaba. Recomiendo encarecidamente la revisión de “La conversación” y la lectura de la otra conversación, porque realmente es cine en estado puro.
Víctor Gualda.
1 comentario:
Que buena criticaaa!!! No voy a ver jamas la peli, ni me interesa, pero vamos que la critica es buenisima, con un ritmo y una redaccion increible. Sigue asi!!!!
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