En esta ocasión, por petición de nuestro “tu eliges” (y para que veáis que atendemos a vuestras sugerencias) le ha tocado la crítica a “Salvador”. Lo primero que me gustaría señalar, es que a pesar de que no me ha vuelto loco la película al menos le reconozco el valor de ser comprometida. Ya es hora de que se hagan este tipo de películas en este país y que los productores se mojen con algo que no sean meras comedietas de enredo sin interés.
La estructura de la película está dividida en tres partes claramente diferenciadas. La primera cuenta la formación y alguno de los “atentados” del grupo del que forma parte Daniel Brull (Salvador) Esta parte esta rodada de forma semidocumental, con un montaje picado y una estética casi de videoclip. Bajo mi punto de vista, el director Manuel Huerga trata de introducirnos de forma precipitada en el grupo del que forma parte Salvador a base de estética y cortes de montaje. Lo único que consigue (al menos en mi caso) es que no me entere de quién es quién, de qué pintan en el grupo, de cuales son las motivaciones, más que por pequeñas pinceladas que no consiguen la identificación con el espectador y que como las películas que tratan de ser muy intensas durante toda la primera media hora acaben aburriendo y a mi particularmente deseando que se acaben.
Curiosamente cuando ya había tirado la toalla y pensaba que la película había sido sobrevalorada por crítica y por el festival de Cannes (estuvo en Sección Oficial) Llega la segunda parte de la película. Salvador Brühl es detenido y llevado a la cárcel. Y es allí donde conoce al carcelero interpretado por el actor argentino Leonardo Sbaraglia que paradójicamente, interpreta a un español cerrado y poco transigente. Entonces ocurre algo fantástico, la película se detiene. Tal vez por la imposibilidad física de salir de entre las cuatro paredes de la cárcel. Pero de repente cobra otra dimensión. El personaje ya no se mueve por motivos panfletarios poco explicados como en la primera. Los planos están más con los actores, con menos movimientos demasiado evidentes de cámara. Comienza a haber historia. El personaje de Sbaraglia va creciendo plano a plano. Brüll está fantástico en este duelo interpretativo y los personajes adquieren entidad propia dejando de ser personajes para convertirse en personas. Opuestas, pero personas. Completamente diferentes en ideología y en formación, pero complementarios. No contaré más por no destripar la película, pero estamos ante el mejor momento de la película.
La tercera se corresponde con la ejecución de Salvador con garrote vil, que le hace pasar a la historia como el último preso político “ajusticiado” por esta salvaje tortura importada directamente de la edad media. Este último tramo de película es el más emotivo. Después de que hemos conocido a Salvador somos capaces de identificarnos con él. Entendemos su drama. Y no sólo porque desde nuestra visión acomodada seamos capaces de entender que el franquismo fue una mala gripe que había que pasar (parafraseando a Sabina) Sino por lo que habíamos comentado. Porque hemos conocido a la persona y nos gusta. Nos identificamos con él. Entendemos que quería hacer y encima hemos conocido a su familia (especialmente a sus hermanas) que perfectamente podría ser la de cualquiera de nosotros. Mientras pasan los minutos esperamos que llegue un indulto. Que se estropee el aparato de tortura. Que le de un ataque al verdugo (que nada tiene que ver con el de Berlanga) Lo que sea pero que se detenga esta locura. Nada de esto sucede. El pasado ya está escrito y todo termina como promete la sinopsis de la historia. Con la muerte de Salvador. Atrás queda su sonrisa montado en una moto mientras fuma un puro. Imagen que probablemente jamás se borre del inconsciente colectivo de los que conocimos a Salvador Puig Antich a través de los ojos de Daniel Brühl.
Como nota discordante de la película decir que el final está alargado en exceso. Tal vez a la busca y captura de la lagrima fácil (imposible no llorar ante la injusticia, aunque sea por impotencia)... Pero como digo, una película comprometida que no trata de ofender a nadie, sino refrescarnos la memoria a todos los que vivimos en este tiempo, en el que lo que sucedió ayer ya no tiene valor ni importancia hoy... al menos hasta que algún político marrullero lo quiera utilizar para conseguir un puñado de votos utilizando el estúpido argumento de las dos Españas.