martes, 1 de abril de 2008

MEDIA LUNA

Es difícil encontrar una película con una carga simbólica tan descarada desde hace años. Bahman Ghobadi, guionista, director y productor de la cinta (ya le conocíamos de la fantástica y multipremiada “Las tortugas también vuelan”) no deja a lo largo de todo el metraje de anticipar el destino de nuestro personaje principal. Mamo es un compositor kurdo de reconocido prestigio en Irak, que inicia una especie de viaje iniciático hacia su destino, o mejor dicho de descenso a los infiernos. La meta; el concierto que se celebrará después de la caída de Sadam Huseim. Conocida es la represión que el dictador ejerció sobre los kurdos durante su dictadura. Es entonces cuando comienza esta “road movie” que llevará a nuestro protagonista acompañado por sus hijos músicos desde su exilio en Irán hasta Irak (su destino como elemento físico del símbolo).

El introductor de la trama será Kako que se encargará a través de la comedia del desplazamiento en autobús de todo el grupo. Pero antes, la presentación mezcla de simbolismo, sueño y realidad en la que Mamo, se ha cavado su propia tumba, y desde cuyo interior puede ver media luna en el firmamento (anticipación simbólica). Será después cuando parta hacia su destino. La muerte, que plano a plano se va convirtiendo en el tema de la película.

Lo primero que llama la atención al desacostumbrado espectador occidental es, el tono de la película, que huye del dramatismo fácil. Desde la adquisición del autobús por parte de Kako, hasta el hijo “empresario” que se ocupa en su taller de construir instrumentos tradicionales (los obreros son niños) y trata de huir de sus obligaciones paterno filiales. También, la curiosa mezcla de tradición y tecnología a través de la incorporación de teléfonos móviles en la vida cotidiana de los habitantes de pueblos perdidos en las montañas, enfrentado en contraposición con el peso de la tradición, que impide a una hija incorporarse al grupo por su condición de mujer, a cambio de cumplir sus obligaciones en el cuidado de huérfanos a los que da clases.

El siguiente paso será recoger por el camino a una cantante que interprete la música del viejo compositor. Para ello, asistimos a la llegada al pueblo de las 1334 mujeres, cantantes exiliadas, que forman por comparación inevitable un coro de tragedia griega para recoger a la cantante, única que va vestida de negro por cierto. Una vez incorporada, Mamo debe seguir su viaje para encontrarse con su destino. Un hijo que ejerce las veces de oráculo de la tragedia, le advierte a él y al espectador que no deben continuar el viaje. Un control policial cargado de tensión dramática nos mantiene en suspenso, porque para llevar mujeres hay que disponer de un permiso especial. Un policía nos tranquiliza con la excusa de que también él es Kurdo y les ayudará. Pero el giro en el guión se produce cuando el control se repite. Pronto descubrimos que “el poder” mal entendido funciona igual en todas partes, y la situación hace perder las esperanzas a todos menos a Mamo, que ya ha aceptado su destino y sabe que no puede retroceder ni huir de él. La mediación del conductor hace que acaben en el funeral de un músico amigo, pero durante el entierro una “voz celestial” hace resucitar al muerto por unos segundos.

Los sueños de Mamo se hacen realidad cuando esa mujer de “voz celestial” llamada Media Luna le ofrece su ayuda. Es en este punto, cuando Mamo y por ende el espectador entienden que el músico ha alcanzado su destino. Pero Mamo tiene una última petición, llegar al concierto con su música vivo o muerto. Los símbolos se suceden atropelladamente, pero el director no es occidental y no está dispuesto a hacer concesiones en la trama. En un guión convencional, el espectador hubiese gozado de una secuencia gloriosa para que el desenlace hubiese engrandecido los acontecimientos. No en esta producción. Sabemos, o queremos saber que las partituras que el músico lleva bajo el gabán alcanzarán su objetivo por una imagen (simbólica, como no) que así nos lo refieren, pero lo cierto es que la bella muerte (Media Luna) no es una amiga piadosa, o al menos no puede serlo y la película se cierra de forma poco amable. De ser héroe, el director y guionista nos ha arrebatado la esperanza de creer que el esfuerzo ha merecido la pena.

Una película en definitiva muy lorquiana, que en algún momento me recordó a otras de diferentes latitudes, pero que tiene su propio lugar, y que desde luego se merece los premios que ganó en San Sebastián. Que tiene el merito adicional indudable de su realización, porque estoy convencido de que no se trató de una producción fácil, ya que probablemente tuvo que pasar una odisea paralela a la del personaje de Mamo, pero con la diferencia de que la cinta y su director han llegado a su destino ilesos, y abre la puerta a que poco a poco haya una mayor distribución de películas de estas características. Porque las películas más interesantes siempre son aquellas que tienen algo que contar. Y “Media Luna” nos acerca un poco a situaciones muy alejadas de las nuestras, pero cuyas raíces inevitablemente son las mismas. Y es que el arte de contar historias no conoce fronteras ni entiende de tiranos, razas o geografías.

Víctor Gualda.

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