La película que más expectativas ha creado en las navidades, no es una película; Es un capítulo piloto para una serie de televisión. Y es que a pesar de que reconozco que me ha gustado, tengo clarísimo que aparenta mucho más de lo que realmente es. La estructura, los diálogos, el argumento, hasta la fotografía me recuerdan a una serie de televisión de última generación. Es más, la serie “True Blood”, también de vampiros, producida por Alan Ball para HBO, es mil veces más película que la que nos ocupa. La excusa es que se trata de un film para adolescentes, pero la realidad es que es un tratado de moralina barata americana donde moral, miedo al sexo y enaltecimiento de la familia para superar los problemas, son el centro de toda la trama.
Al ver "Crepusculo" me da la impresión de que volvemos atrás en el tiempo. El mestizaje de géneros ha propiciado la llegada de la modernez a la estética cinematográfica, pero en realidad tras el trasfondo fantástico no se trata más que de una historia clásica de amor improbable (ya ni siquiera imposible) El envoltorio de papel de caramelo que reinventa las normas ya es suficiente para despertar el interés. Estos vampiros vestidos de Bershka con su ropa juvenil y ultramoderna, con el corte de pelo más cool del mercado, son sólo muñecos intercambiables. Dicen que son vampiros, pero podrían ser albañiles con doble vida como agentes secretos, o porteros de discoteca con varias carreras universitarias. Parece que el hecho de ser inmortales no les ha hecho madurar, y los diecisiete años serán eternos. Así Robert Pattinson, Edward el vampiro protagonista, no es más que un saco de estereotipos y gestos estudiados delante del espejo, que me recuerdan al James Dean de “Rebelde sin causa”. Sufrir porque son incomprendidos y adolescentes, disfrutar porque son jóvenes y guays, pero sin romper las reglas. Menos mal que no beben, porque sino en la garantizada segunda parte (que correspondería con el capítulo 2 de la serie) irían al psicólogo igual que lo hacían los niños pijos de “Sensación de vivir” cuando se tomaban una cerveza. Y es que los productores de la cinta sólo han pensado en llenar la cartera, y para ello, qué mejor que los mayores y más desprotegidos consumidores del planeta. Planteado como una saga más de Harry Potteres, estos vampiros no se han corrompido con la inmortalidad (lo que les haría interesantes), al contrario, han decidido hacer un pacto superguay para no probar la sangre humana (Por si los jóvenes americanos empezaban a lanzarse...) No tienen sexo, aunque duermen juntos, quieren integrarse en la sociedad y por eso siguen yendo año tras año al instituto. No es de extrañar, resulta que la escritora del best seller en el que está basada la película, Stephanie Meyer, es una ama de casa mormona madre de tres hijos que se aburría en casa. Ahora es una multimillonaria que va a estrangular la gallina de los huevos de oro y de paso las mentes impresionables de toda una generación de jóvenes de todo el mundo.
De la estructura poco o nada hay que destacar, todo gira en torno a la relación de los dos protagonistas Kristen Stewart, Bella en la película, la chica recién llegada con “problemas” porque se tiene que ir a vivir al pueblo de su padre, pero que tiene buena relación con su madre. El capítulo entero girará en torno al ahora si, ahora no, pero como era insuficiente, decidieron meter a unos vampiros malos. Pero malos, malos. El estereotipo es algo que se domina por estas latitudes, y será el único elemento externo que mueva la trama. Casi se agradece, porque empezaba a revolverme en el sillón. Un poco de acción, algo de publicidad de un coche superguapo, y a la mierda la tradición vampírica... Pero por favor, si hasta el nuevo motivo por el que no puede darles la luz es ridículo estúpido y absurdo.... Ahora, hay que reconocer a los creadores que tienen motivos para darse palmaditas en la espalda. La película está funcionando como un reloj, igual que lo hará la futura saga. Películas baratas en tiempos de crisis, series de televisión caras para compensar. El mercadeo está intercambiando los papeles en Estados Unidos. En España, pues lo de siempre, a defender la cultura ajena, mientras que la propia desaparece. Y es que la globalización convierte a los políticos responsables de la cultura en muñequitos intercambiables (¿alguien se acuerda como se llama la responsable actual?), como los personajes de cualquiera de estas series B que se estrenan en todo el mundo. Pero ojo, la película no engaña como los políticos. Promete lo que da, y da lo que promete. Resulta tan entretenida como vacía. Es una carcasa atractiva, y si te has dejado llevar, fijo que te compras una chupa como la del prota... porque mola.
Víctor Gualda.